Por José María Abela Luque (†)
Jesús El Rico tiene el privilegio, otorgado por SM. El Rey Carlos III, de poner en libertad a un penado condenado por delito de sangre, durante su desfile procesional en la noche del Jueves Santo (hoy se efectúa en la noche del Miércoles Santo), al pasar sus Sagrados Titulares por la puerta de la prisión de Málaga, por aquel entonces en la Plaza de las Cuatro Calles, hoy Plaza de la Constitución.
Los sucesos que dan origen a este privilegio datan de 1759 y aunque son muchas las transcripciones que del mismo se han venido haciendo, hemos escogido la escrita por un invitado circunstancial al acto de liberación de un penado en la Semana Santa de 1950.
Don José Rico de Estasen, director del Reformatorio de Adultos de Alicante, acudió en 1950 en calidad de director de un centro penitenciario, a los actos de la Hermandad en aquella Semana Santa; quedó tan impresionado de los momentos vividos que, de regreso a Alicante, escribió sus vivencias respecto a nuestra Semana Mayor. El original de este testimonio obra en poder de la Cofradía y en relación con el tradicional privilegio de la Cofradía de Jesús El Rico de liberar a un recluso, esto es lo que entendió del relato oral que de la misma le hiciera Don Rafael Porras de Silva, Hermano Mayor de la Cofradía por aquellas fechas.
“Fue durante el reinado de Carlos III. Consecuencia de una época de austeridades y penurias, se declaró en la ciudad una terrible peste. Los enfermos se amontonaban en asilos y hospitales; las gentes morían en las calles contaminadas por el horrible mal; familias enteras caían para siempre, sin encontrar una mano amiga que les prestara auxilio, en sus propios hogares.
La ciudad permanecía silenciosa y desierta; y al estruendo del mar, de continuo bronco y agitado, se unía el de las Campanas de la Catedral y de los innumerables templos que clamaban de día y de noche por los agonizantes.
La peste, al igual que en otras agrupaciones ciudadanas, hizo acto de presencia en la cárcel; los reclusos, encendidos de amor y de fe, percibiendo en donde podían hallar remedio para tamaña desventura, acogieron con entusiasmo la idea, concebida por uno de ellos, de sacar en procesión la imagen del Nazareno que se veneraba en el inmediato convento, seguros de que con ello atraerían la protección del Cielo sobre la ciudad.
Pero la autoridad permaneció indiferente a la súplica y el ansiado permiso les fue denegado. Entonces, enardecidos de fe, se sublevaron, en una sublevación muda, silenciosa, que se redujo principalmente a hacer ineficaz la custodia de sus guardianes. Fantasmas de sí mismos, a quienes el delito mantenía al margen de la sociedad, sin despojarse de los grillos y cadenas, salieron a la calle, se trasladaron a la inmediata iglesia, se apoderaron de la imagen de Jesús El Rico conservada en su capilla y, en su divina locura, la llevaron en triunfo por los lugares más afectados por la epidemia.
Finalizada la procesión, la devolvieron a la iglesia, y acompañados de un público que les contemplaba absortos, contritos y reverenciosos, tornaron a la cárcel sin que ni uno solo se hubiese aprovechado del suceso para huir.
La ciudad entera fue testigo del prodigio y de que la epidemia que amenazaba con acabar con la vida de todos, repentinamente, desapareció.
El corregidor de Málaga, noticioso de lo acaecido, puso el hecho en conocimiento del buen Rey Carlos III. Ante rasgos de esta naturaleza no podía permanecer indiferente su corazón magnánimo y, deseoso de perpetuar el rasgo de aquellos hombres dóciles y creyentes, fueran cuales fueran los delitos que purgaban, promulgó una pragmática concediendo al Dulce Jesús la excepcional prerrogativa de que en la noche del miércoles Santo, cuando le llevaran en procesión por las puertas de la cárcel, se abrieran aquellas deparando la libertad de un preso” Hasta aquí el relato de este circunstancial visitante que quedó tan hondamente impregnado de una de nuestras tradiciones que quiso dejar constancia escrita de ella, con una particular impronta novelesca, tal como se imaginó que debió ocurrir, para perpetuarla en su memoria y en la de aquellos otros funcionarios de prisiones de toda España a los que se dirigió, remitiendo una copia de este texto y propagando la suntuosidad de nuestra Semana Santa; Pregonero de honor de la misma al que desde estas líneas rendimos homenaje.